sábado, 20 de abril de 2013

El mito del buen salvaje

A mí me parece que en la base de la escuela moderna está Rousseau. Todos sabemos que fue un hombre que sufrió mucho, ni su infancia fue feliz, ni el desarrollo de su vida. Ya mayor, se mostró muy crítico con la sociedad a la que consideraba como la causa que hace malo al ser humano. Rousseau creía que el ser humano nace íntegro, biológicamente sano y moralmente recto; por lo tanto, no es malvado por naturaleza, ni opresor, ni injusto. Si el hombre se hace malo es por culpa de la mala influencia de la sociedad. Por eso, Rousseau deseaba y proponía una nueva sociedad. La nueva sociedad, defendida por él, debía de ser capaz de educar a los niños, de un modo nuevo, un modo que no frustrase su bondad natural, su potencialidad y capacidad, al contrario, que los dejase libres, para que en su desarrollo natural llegasen a plenitud. Esta sociedad de hombres buenos, capaces por la buena educación de serlo, podría llegar a tener buenos acuerdos sociales donde se distinguiera adecuadamente entre lo bueno y lo malo. Sus decisiones libres serían su única guía y, con ello, ya no haría falta ninguna otra, ni tan siquiera la de Dios. En esto de la educación Dios no cuenta.


Cuando nuestra sociedad moderna espontáneamente piensa en la infancia, creo que este su molde. Los niños son buenos por naturaleza, por tanto, si reciben una buena educación, consistente en potenciar lo que ya tienen, serán buenos ciudadanos. Por eso, cuando se descubre que la cosa no va bien, es decir, que sigue existiendo el mal y los malos, se piensa que la culpa es de la educación y se pone sobre la espalda de los educadores la responsabilidad de volver a intentarlo, con la nueva generación, para comprobar, de año en año, que la cuestión sigue más o menos. Ante esto, la frustración y el desencanto está servido. Reformas, parches, novedades, todos quieren encontrar la clave de una educación que permita al ser bueno seguir siendo bueno.

Desde la fe, esto se ve de un modo algo diverso. Coincidimos en la necesidad de una reforma de la sociedad y del gran peso que tiene sobre los niños, de la importancia de la educación y de su potencialidad para posibilitar nuevos ciudadanos. Sin embargo, no somos tan ingenuos con la naturaleza del hombre. Los niños no son buenos por naturaleza, tampoco malos, son libres y tienen una tendencia al mal muy grande: es más fácil la pereza que el ser hacendosos, más fácil el rencor que el perdón, más sencillo mentir que decir la verdad. El bien nos cuesta más que el mal. Es así y así lo vivimos.

A mí me parece que darse cuenta de esto es importante, el hombre no es bueno si recibe una buena educación. En la vida el hombre se encuentra con una verdadera decisión ¿qué quiero ser? y para responderla necesita educación, si claro... ¡cómo no!... pero y, en esto no estoy de acuerdo con Rousseau, también a Dios.

Porque resulta que nuestro autor se equivocó en aquello que define la naturaleza humana (que no es la bondad sino la libertad)  olvidando que esa libertad tiene una meta Dios. El ser humano es por naturaleza un ser religioso: piensa, habla, desea, imagina a Dios, sea de dónde sea y no puede vivir de otro modo. 

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